Artículo publicado en El Universal, el día 11 de enero de 2022.
Para todos es bien conocida aquella frecuente frase del Presidente de la República: “yo tengo otros datos”. Normalmente la utilizaba para evadir los cuestionamientos que se le hacían a partir de la exhibición de información que dejaba mal parada a su administración. Por ejemplo, cuando se le preguntó por el aumento del precio final de las gasolinas, o sobre la existencia de organizaciones dedicadas al huachicol. Lo que el Presidente hacía era responder que, en efecto, él tenía otros datos, con lo que implícita –o a veces explícitamente— descalificaba o pretendía descalificar al interlocutor.
De un tiempo para acá, sin embargo, el uso de la frase señalada ha tenido implicaciones distintas. Ya no se trata de descalificar a quien es tenido por oponente o adversario. Ha servido como un medio para mostrar dos cosas. La primera, todavía en consonancia con el uso anterior, que el Presidente no está dispuesto a escuchar críticas a lo que considera la correcta marcha de las cosas en su periodo de gobierno. Que él tenga otros datos no es ya solo una salida curiosa o pintoresca, sino una clara cerrazón hacia todo lo que no quede comprendido en los marcos de su entendimiento. La segunda es que la consabida frase ha comenzado a mostrar un rasgo más personal de López Obrador. La existencia de mundos que solo él habita. Al señalar que tiene otros datos, muestra que en alguna parte de la realidad las cosas son como él las predica. De una estrategia de descalificación o la posibilidad de una huida, el anuncio de sus datos ha terminado por mostrar la existencia de sus mundos.
Lo que en algún momento fue una estrategia política y comunicacional bastante eficaz, ha comenzado a ser la ventana por la cual resulta posible conocer algunos de los mecanismos internos no solo del Presidente, sino también de la persona que detenta el cargo. Una cosa es, por supuesto, tener una estrategia que defina el modo de vinculación –positiva o negativa— con quienes están sometidos al ejercicio del poder, y otra distinta es la materialidad de la base psicológica desde la cual se está y se mira al mundo.
El problema que crecientemente se le está presentando a la ciudadanía –incluida aquella que abiertamente acepta a López Obrador—, es la dificultad de distinguir entre su rechazo a los datos de la realidad y la existencia de sus mundos propios. Nuevamente, una cosa es no estar de acuerdo en el número de masacres o desapariciones que se han dado en su periodo de gobierno, y otra asumir que se ha realizado ya el mundo bueno y transformado del que él habla. Entre un extremo y otro no hay solo matices cuantitativos, sino condiciones cualitativas provenientes de diversas y propias percepciones de la realidad.
Hemos pasado del “yo tengo otros datos”, a “las cosas son de otra manera”, en un arco de completa continuidad. Nada hubo en el medio que nos advirtiera de un cambio, ni nos previniera de sus implicaciones. Sin embargo, no es lo mismo decir que se tienen otros datos cuando se reclama el número de periodistas asesinados en el sexenio, a proclamar que el país ha vivido ya la más profunda transformación de las conciencias. En el primer caso, el ámbito de disputa se mantiene en el marco de las cifras; en el segundo, se está ante un mundo al que el interlocutor no tiene acceso. Está en un campo performado por el Presidente que solo él habita.
La próxima vez que escuchemos al Presidente decirnos que tiene otros datos, detengámonos a pensar de qué está hablando. Seguramente está aludiendo a un mundo privado al que ninguno de nosotros tiene acceso, independientemente de que se componga de elementos públicos determinantes de nuestra más cercana cotidianeidad.
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