Artículo publicado en el periódico El País el día 15 de abril del 2020.
Lo peor que puede pasarnos es que por la cercanía o de plano subordinación al Gobierno de quienes hablan como científicos, su quehacer termine estando confundido.
A nadie escapa ya que el Covid-19 es el mayor reto de las generaciones presentes. Las herramientas utilizadas en la crisis del petróleo, las guerras nacionales, el combate al narcotráfico o las recesiones económicas, no alcanzan para comprender ni resolver lo que enfrentamos. Se trata de una compleja combinación de factores biológicos, intercambios comerciales, tránsitos globales e interrelaciones económicas y financieras, con enorme capacidad para destruir vidas y fuentes de supervivencia. A diferencia de otras crisis, el papel de la ciencia es fundamental. Sin ella, el tratamiento de las causas originarias y la elaboración de las técnicas de resolución estarán mal planteadas y peor realizadas.
Cuando se piensa en ciencia hay la tendencia a suponer que es un campo donde las soluciones están razonablemente objetivadas. En realidad, hay disputas de objetos, métodos, conclusiones y prospectivas. Tantas, que ninguna persona o institución están en posesión de “la verdad.” Los trabajos de sociología del conocimiento muestran lo arduo que es construir la veracidad de los hechos, y la cantidad de discusiones necesarias para lograr consensos.
Lo que la ciencia postule en los próximos meses es determinante para salvar vidas y establecer la manera como la humanidad habrá de ser. Por ello es necesario asumir que no existe una sola y única explicación de lo que está pasando, de cómo está sucediendo y de lo que debe hacerse para llegar a una solución. No es posible asumir sin más, que lo dicho por el gobierno tiene valor de verdad científica. Quienes colaboran con él son funcionarios que están sometidos a crítica, ya sea por valor democrático o científico.
En diciembre de 1960, C.P. Snow impartió las Godkin Lectures en Harvard. Los temas fueron las relaciones entre el gobierno y la ciencia. Las desarrolló analizando a dos personajes antes y durante la Segunda Guerra Mundial y su vinculación con el poder político. Los personajes fueron Frederick Lindemann y Henrry Tizard. El primero, rico, pretensioso y cercano a Churchill, logró obstaculizar en el gabinete muchas de las propuestas surgidas del segundo, entre ellas la oportuna construcción del radar. Y Tizard, técnico y asertivo, vio realizadas algunas de sus ideas hasta que los nazis bombardearon Reino Unido. De los modos de vinculación con quienes ejercían el poder, Snow apuntó la necesidad de evitar dos fascinaciones. Primero, no suponer que los “gadgets”, cualquiera que sea su forma, son suficientes para resolver las cuestiones a enfrentar; por otra parte, impedir que las cuestiones a resolver se decidiesen por pocas personas, sin discusión y sin compartir las bases de lo diagnosticado o definido.
En los momentos actuales, los titulares de los poderes ejecutivos de varios países del mundo se han parapetado detrás de los científicos. Nos señalan que ellos no están determinando, sino obedeciendo lo que les indican. Ello significa el traslado de la responsabilidad política a instancias que quieren hacerse aparecer como estrictamente técnicas y neutrales. Se está logrando imponer como racionalidad práctica y salvadora el decir de unos pocos científicos, resguardados a su vez en el orden político. Se está produciendo un círculo vicioso y perverso. La política no habla porque la ciencia lo hace, pero la ciencia tampoco habla porque lo hace como política. En las condiciones de gravedad que hoy enfrentamos, es determinante delimitar los campos en que se actúa. Si la ciencia va a expresarse y conforme a ella se va a proceder, es preciso que lo haga como ciencia. Lo peor que puede pasarnos es que por la cercanía o de plano subordinación al gobierno de quienes hablan como científicos, su quehacer termine estando confundido. Las decisiones trágicas que en la historia se han tomado por la falta de estas fronteras, han sido catastróficas. Necesitamos que en esta emergencia, cuando tantas cosas están en juego, no vayan a serlo. Los científicos gubernamentales tienen que ser, antes que funcionarios, científicos. Parece simple, pero no lo es para quienes manifiestan sus ideas en nombre de los gobiernos que los han contratado.
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