Artículo publicado en el periódico EL País el día 8 de junio del 2020.
El sábado 6 de junio pasado, el presidente López Obrador dijo en Minatitlán, Veracruz, que ha llegado el tiempo de las definiciones. Que se está a favor de la transformación o se está en contra de ella. La calidad del mensajero y del mensaje son importantes. Parecieran no dejar espacio alguno para la toma de posiciones. En el sistema binario que domina el pensamiento y el actuar presidencial, o se está en una casilla o se está en otra, sin que exista posibilidad adicional. Utilizando sus propias categorías, se es favorable a su pensamiento, a su proyecto y prácticamente a su ser, o se asume la calidad de adversario de él mismo.
Lo interesante del planteamiento presidencial, es que al proponer la pura dualidad busca, y tal vez logre, constituir dos realidades: la de quienes, efectivamente, están con él en todo y para todo y la de quienes, por el contrario, están en contra de él en las mismas condiciones. El primer grupo, el de los fieles, no tiene más posibilidad que aceptarlo todo, sea ello en las determinaciones de los fines o de los medios; el segundo, en la lógica del Presidente y tal vez por derrama en la propia condición de los involucrados, se constituiría por quienes no acepten sus propuestas, tal vez ni siquiera una parte de ellas.
La manera en la que el Presidente exigió definirse con respecto a su proyecto y su persona, la necesidad de saber quiénes son amigos y quiénes adversarios, abre la posibilidad de identificaciones, más allá de los estrechos marcos en lo que él mismo quiere y trata de colocar a los habitantes del país. Sus reclamos por las lealtades a ultranza dan pie para discernir si el mundo puede caber en sus pretensiones o si, por el contrario, existen otras alternativas, más allá de que los sujetos aludidos sean conscientes de ello.
Del total del colectivo posible, comencemos por distinguir entre los que están conformes y los que están inconformes por el actual estado del país. Sin entrar a discutir ahora la validez moral de sus convicciones o creencias, es posible imaginar la existencia de un grupo de personas que en nada o en muy poco quieren cambiar el statu quo nacional. Sea por valores religiosos, posición política o mero conformismo, habrá quienes no quieren o no pueden, ideológicamente hablando, imaginar ni desear que las cosas cambien. A ellos, las exigencias de lealtad personal o compromiso institucional con lo dicho por el Presidente, les serán completamente irrelevantes, ello con independencia, repito, de los males que su decisión pudiera acarrearles o su moral verse comprometida.
Dejando de lado al grupo de los conformes, podemos identificar otro, desde luego más extenso, el conjunto de personas que desean que las cosas se modifiquen. El de aquellos que, por las razones que sean, están inconformes con el estado de cosas actual. Dentro de este segundo conjunto, no cuesta trabajo suponer que existen, al menos, dos categorías de sujetos. El conformado por los que piensan que las cosas deben cambiar, y el compuesto por quienes estiman que deben transformarse. El primero sería el de quienes estiman que, con los debidos ajustes hechos a manera de reformas al conjunto institucional, será posible resolver mucho de lo que nos acongoja. Si, por ejemplo, se estima que la pobreza y la desigualdad son inaceptables, cambios en la recaudación o en la distribución del ingreso serían suficientes. El segundo subconjunto sería el de aquellas personas a las que les gustaría que las cosas no simplemente cambiaran, sino que se transformaran, ello con mayor radicalidad y velocidad. Por ejemplo, que las estructuras económicas dejaran de estar en manos de los empresarios para asentarse en empresas públicas o ser determinadas por planes quinquenales, solo por citar viejos y conocidos ejemplos. Entre los dos grupos existen obvias diferencias en los términos apuntados, tanto de carácter cuantitativo y cualitativo, como de velocidad.
Dadas las condiciones del discurso y la exhortación presidencial para que cada cual se defina, es posible distinguir, dentro del mismo grupo de los transformadores, dos nuevos subgrupos. El de aquellos que, efectivamente, están con el Presidente en condiciones plenas, prácticamente sin discusión y sin separación, y el de aquellos que, en poco o en mucho, consideran que el proyecto transformador del propio Presidente no es adecuado, práctico o verdaderamente transformador. Para solo referirme a este segundo conjunto, habría quienes estando de acuerdo en lograr una nueva situación, piensen que la misma debía pasar por la centralidad de los derechos humanos frente a los arreglos clientelares, la producción de energía por fuentes limpias y no fósiles, o el claro reconocimiento y apoyo a las reivindicaciones feministas.
En una especie de mapa básico, la población puede ser colocada en los cuatro grupos señalados: conformes, inconformes pro-cambio, inconformes pro-transformación modo presidencial e inconformes pro-transformación modo no presidencial. Con base en ello, cada cual puede saber en dónde se encuentra y, lo que es más importante y en caso de que por propia voluntad decida responder al llamado de Presidente, en dónde va a colocarse. Es decir, la manera de asumir plenamente su ser y su estar político en los próximos años.
Quienes hipotéticamente estén en situación de conformidad plena con el cotidiano acontecer, saben que no tiene ningún sentido definirse en favor del proyecto presidencial, por la sencilla razón de que afectará aquello que estiman adecuado. El que supongo y espero sea un grupo puramente hipotético o, en el peor de los casos, prácticamente inexistente, habría de asumir la propuesta presidencial con total rechazo. Con el grupo de quienes aceptan sin más todo y en todo lo planteado por el Presidente de la República, se encuentran en una situación semejante, aun cuando de signo completamente contrario. Lo que proponga el Presidente, en lo que sea y como sea, habrá de ser admitido y no cuestionado. La exhortación hecha en la refinería de Minatitlán será impermeable a ambos grupos. A los primeros, desde luego, por irrelevante y a los otros por relevantísima.
Esto nos deja con el verdadero sentido de la exhortación-reclamo-¿amenaza? Quienes quieren el cambio, pueden aceptar que algunas de las propuestas presidenciales tienen sentido. Es más, que son viables y necesarias, pero no alcanzan a comprometerse con la totalidad del proyecto en el que quedan comprendidas. A este grupo pareciera referirse el Presidente, al exigirles que comprometan su sentir por la injusticia o la mala calidad de las actuales condiciones de vida. Que, en lugar de estar buscando en los detalles lo que no corresponde con sus creencias, le asignen una especie de voto de confianza para que, en la transformación general a lograr, vean reflejados los cambios que pretenden alcanzar. Es difícil, al menos en los términos de la explicación que aquí propongo, que los moderados cambien de parecer, porque buena parte de lo que pretenden pasa por el mantenimiento de las condiciones institucionales que el propio Presidente estima como obstáculos para alcanzar las metas planteadas. La autonomía judicial o la legislativa, el mantenimiento de las decisiones gubernamentales pasadas o el respeto pleno de los derechos humanos, por ejemplo.
Los anteriores descartes nos dejan frente a lo que, a mi juicio, es el colectivo al que efectivamente quiso referirse el Presidente para lograr su compromiso pleno con él y con su proyecto. El compuesto por quienes buscando la transformación del país, no acaban de sentirse comprendidos en el proyecto presidencial. Aquí estarían los que estiman que en las visiones de mundo que la autodenominada cuarta transformación plantea, hay huecos o distorsiones mayúsculas. Que, a modo de ejemplo, no hay un lugar destacado y congruente para la protección del medio ambiente; que no hay un amplio y complejo sentido reivindicatorio para los pueblos y comunidades indígenas; que no hay el empoderamiento de la administración pública para que realice funciones regulatorias básicas sobre el capital; que a este no se le imponen tasas impositivas con un auténtico sentido redistributivo; que las demandas de género o preferencias sexuales no tienen posición ni orden. La apelación presidencial aquí es entendible. Mira a los transformadores como compañeros de un viaje eminentemente transformador, pero muchos de estos compañeros no se sienten cómodos ni por las condiciones del viaje, ni por sus rutas ni por el destino.
Cuando el Presidente apela a la población mexicana a definir su posición frente a él y a su proyecto de nación, creo que sabe que no se dirige a los conformes, ni tampoco a los fieles. Sabe que está buscando que a su proyecto o a su persona se sumen los inconformes que salieron a votar hace dos años por él. Por el modo en que ha llevado las cosas, ya no como programa a realizar, sino como realizaciones cotidianas, supongo que se ha percatado que a los inconformes pro-cambio los ha perdido o los está perdiendo; supongo también que sabe que entre los transformadores está perdiendo adeptos al no tener cabida en su agenda cotidiana de gobierno.
No creo que el Presidente haga bien en exigir una especie de manifestación plebiscitaria en torno a su persona, pues las urnas le han dado la posición institucional y las competencias para ejercer el poder que legítimamente obtuvo. Entiendo, sin embargo, la necesidad política del ejercicio como una forma de conseguir adeptos para un quehacer que, por razones personales y circunstanciales, los va perdiendo. Del lado de los ciudadanos, lo que a cada cual le corresponde frente a la exhortativa presidencial es, primero, definir si quiere o no responder la pregunta hecha o esperar a las elecciones para responderla. En caso de que desde ahora quiera hacerlo, le corresponde también determinar su manera política de ser y estar frente a la persona y a su proyecto. Definir si la oferta que tiene frente a sí satisface o no sus convicciones o sus intereses, o si estima necesario buscar el cumplimiento de unos u otros por otras vías y otros actores. Creo que con una hoja de ruta como la que aquí he señalado, se está en posibilidad de responder, cabal y responsablemente, a las apremiantes exhortaciones presidenciales.
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