Artículo publicado en Milenio, el día 22 de junio de 2022.
Sergio López Ayllón .
El inicio del siglo XXI concentra complejidad, esperanzas rotas y sombras que, me temo, solo se disiparán en el largo plazo. Traigo a esta columna un par de fenómenos globales. Por un lado, el entorno comunicativo (tecnologías y redes) que ha creado un nuevo entendimiento de la realidad y de la “verdad”. Por otro, el surgimiento de los populismos como respuesta a las promesas incumplidas de la democracia. Ambos procesos se entrecruzan en un horizonte que trasciende nuestra percepción cotidiana.
En un libro publicado recientemente (Amado Líder), Diego Fonseca hace una disección de los populismos. Muestra que en América Latina no son novedad. A pesar de sus diferencias, tienen algunos rasgos que los identifican. Así, el culto al líder basado en una conexión emocional, junto con la desestructuración de los partidos políticos tradicionales, genera sistemas políticos legitimados en una “religión política”. El líder encarna al “pueblo” y es su infalible voz. Por eso, quien se opone es en automático descalificado y pronto considerado traidor.
La voluntad del líder trasciende la realidad y construye un universo simbólico que desafía a la ciencia y al Estado de derecho. La mentira es un recurso retórico necesario, no un problema ético o político, para trascender historia, construir la Nación y perpetuarse en el poder.
Esta descripción no es metáfora. Ya sucedió. Y no dentro de nuestras fronteras, sino al norte de ellas. En el país donde la democracia parecía robusta. Donald Trump es el ejemplo paradigmático del líder populista. Cimentó su poder en un modelo de comunicación personalísimo que aprovecho las redes para crear una conexión emocional con millones de personas, puso por delante una idea de Nación y construyó un discurso que polarizó y despreció al conocimiento.
En las últimas semanas, una serie de audiencias del Comité del Congreso de los Estados Unidos encargado de esclarecer los hechos del 6 de enero de 2000 (la toma del Capitolio) ha revelado pruebas y testimonios que demuestran que el entonces presidente Trump, empecinado en mantenerse en la presidencia, mintió sin rubor sobre un supuesto fraude electoral.
Peor aún, y en palabras de la representante republicana Liz Cheney, Trump ideó y coordinó un sofisticado plan de siete etapas para revertir el resultado de la elección. A pesar de la opinión explícita de asesores y funcionarios de alto nivel, Trump desplegó un esfuerzo masivo para difundir información falsa y fraudulenta, que incluso puso en riesgo la vida del vicepresidente Mike Pence, calificado de traidor.
Los testimonios y hallazgos del Comité congresional son aterradores (véase january6th.house.gov/) Dejan un amargo sabor de boca y una pregunta abierta sobre las consecuencias de lo que sucedió. Urge una respuesta política y social a un fenómeno que, como una enorme y devastadora ola, rompe sobre todo el continente.
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